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Comentarios del Presidente en el 50th Aniversario de las Marchas de Selma a Montgomery

LA CASA BLANCA

Oficina del Secretario de Prensa


Para publicación inmediata                                7 de marzo de 2015

 

COMENTARIOS DEL PRESIDENTE EN EL 50th ANIVERSARIO DE LAS MARCHAS DE SELMA A MONTGOMERY

Puente Edmund Pettus

Selma, Alabama

2:17 P. M., hora estándar central

MIEMBRO DE LA AUDIENCIA:  ¡Lo queremos Presidente Obama!

EL PRESIDENTE:  Bueno, saben que yo también los quiero.  (Aplausos.)

Es un honor inusual en esta vida seguir a uno de tus héroes.  Y John Lewis es uno de mis héroes.

Bien, ahora tengo que imaginar que cuando John Lewis era más joven, y se levantó esa mañana hace 50 años y recorrió el camino a la iglesia Brown Chapel, no tenía en mente ningún acto heroico.  No tenía en su mente un día como este.  Había jóvenes con sacos de dormir y mochilas que merodeaban.  Los veteranos del movimiento entrenaron a los recién llegados sobre las tácticas de no violencia; el derecho de protegerse al ser atacado.  Un doctor describió lo que el gas lacrimógeno le hace al cuerpo, mientras los manifestantes escribían las instrucciones para comunicarse con sus seres queridos.  El aire estaba pesado, pues había duda, expectación y miedo.  Y ellos se consolaron con el verso final del himno final que cantaron:

“No importa la prueba que sea, Dios te cuidará;

Recuéstate, fatigado, en su pecho, Dios te cuidará”.

Y después, llevaba una manzana, un cepillo y un libro sobre el gobierno dentro de su mochila —todo lo que se necesita para pasar una noche tras las rejas— John Lewis los condujo fuera de la iglesia para una misión para cambiar a Estados Unidos.

Presidente y Sra. Bush, gobernador Bentley, alcalde Evans, Sewell, reverendo Strong, miembros del congreso, funcionarios elegidos, soldados de infantería, conciudadanos:

Como John señaló, hay lugares y momentos en Estados Unidos en donde se decidió el destino de esta nación.  Muchos son lugares de guerra como Concord y Lexington, Appomattox, Gettysburg.  Otros son lugares que simbolizan la audacia del carácter de Estados Unidos; Independence Hall y Seneca Falls, Kitty Hawk y Cabo Cañaveral.

Selma es un lugar como aquellos.  En una tarde de hace 50 años, gran parte de nuestra turbulenta historia —la mancha de la esclavitud y la angustia de la guerra civil; el yugo de la segregación y tiranía de Jim Crow, la muerte de cuatro niñas pequeñas en Birmingham; y el sueño de un predicador bautista— se congregó en este puente. 

No fue un choque de ejército, sino un choque de voluntades; una competencia para determinar el verdadero significado de Estados Unidos.  Y gracias a hombres y mujeres como John Lewis, Joseph Lowery, Hosea Williams, Amelia Boynton, Diane Nash, Ralph Abernathy, C.T. Vivian, Andrew Young, Fred Shuttlesworth, Dr. Martin Luther King, Jr., y muchos otro más, la idea de que Estados Unidos fuera justo, equitativo, inclusivo y generoso, finalmente triunfó.

Como ocurren en todo el territorio de la historia de Estados Unidos, no podemos examinar este momento por separado.  La marcha en Selma fue parte de una campaña más amplia que se extendió por generaciones; los líderes de ese día fueron parte de una gran línea de héroes.

Nos reunimos aquí para celebrarlos.  Nos reunimos aquí para honrar la valentía de personas ordinarias que viven en Estados Unidos para soportar macanas y varillas de castigo; gas lacrimógeno y el pisoteo de los caballos; hombres y mujeres que a pesar de los chorros de sangre y huesos astillados, se mantuvieron fieles a su guía y siguieron marchando hacia la justicia.

Realizaron una escritura tal como se les solicitó:  “Alégrense con la esperanza, sean pacientes en la tribulación, sean constantes con la oración”. Y en los próximos días, regresaron una y otra vez.  Cuando el llamado de la trompeta sonó para que más personas se unieran, las personas llegaron; negros y blancos, jóvenes y viejos, cristianos y judíos, ondeando la bandera de Estados Unidos y cantando los mismos himnos llenos de fe y esperanza.  Un periodista blanco, Bill Plante, que cubrió las marchas en ese entonces y quien está con nosotros hoy, bromeó diciendo que el creciente número de personas blancas disminuyeron la calidad de los cánticos.  (Risas.)  Para aquellos que marcharon, esas canciones viejas de góspel debieron haber sonado tan lindas.

Después de un momento, las voces del coro aumentaron y llegaron al Presidente Johnson.  Y él les mandaba protección, y hablaba con la nación, haciendo un eco de su llamado para que Estados Unidos y el mundo los escuchara:   “Venceremos.”  (Aplausos.)  Qué fe tan grande tenían estos hombres y mujeres.  Fe en Dios, pero también fe en Estados Unidos. 

Las personas que viven en Estados Unidos que cruzaron este puente, no eran imponentes en cuestión física.  Pero le dieron valentía a millones.  No ocuparon un cargo de elección popular.  Pero lideraron a una nación.  Marcharon como personas que viven en Estados Unidos que habían soportado cientos de años de violencia brutal, incontables humillaciones diarias; pero ellos no buscaron un trato especial, sino el trato igualitario prometido a ellos hace casi un siglo.  (Aplausos.)

Lo que hicieron aquí resonará a través de los siglos.  No porque el cambió que ganaron estuvo predestinado; no porque su victoria estuvo completa; sino porque probaron que el cambio no violento es posible, y que el amor y la esperanza pueden conquistar al odio.

A medida que conmemoramos este logro, es bueno recordar que en el momento de las marchas, muchos de los que estaban en el poder los condenaron en lugar de alabarlos.  En ese entonces, se llamaban comunistas, o medias razas, o agitadores externos, degenerados sexuales y morales, y aún peor: los llamaban todo menos el nombre que sus padres les dieron.  Se cuestionó su fe.  Amenazaron sus vidas.  Desafiaron su patriotismo.

Y sin embargo, ¿que podría ser algo que represente más a los Estados Unidos que lo que sucedió en este lugar?  (Aplausos.) ¿Qué podría vindicar la idea Estados Unidos sino la gente sencilla y humilde; los anónimos, los oprimidos, los soñadores humildes, que no nacieron siendo ricos o con privilegios, no de una tradición religiosa sino de muchas, que se unieron para formar el curso de su país? 

¿Qué mayor expresión de fe en el experimento de Estados Unidos que esta, qué forma más grande de patriotismo existe que la creencia que Estados Unidos aún no está terminado, que somos lo suficientemente fuertes para ser autocríticos, que cada generación sucesiva puede reflexionar sobre nuestras imperfecciones y decidir que está en nuestro poder rehacer esta nación para que se alinee con nuestros más altos ideales?  (Aplausos.)

Es por eso que Selma no es algo de valor atípico en la experiencia de Estados Unidos.   Es por eso que no es un museo o un monumento estático para contemplar desde lejos.  En lugar de eso es la manifestación de una creencia de nuestros documentos de fundación:  “Nosotras las personas…con el fin de crear una unión más perfecta.”  “Afirmamos que estas verdades son evidentes por sí mismas, que todos los hombres son iguales.”  (Aplausos.) 

Estas no son solo palabras.  Son una cuestión viviente, un llamado a la acción, un plan de ciudadanía y una insistencia para la capacidad de hombres y mujeres libres de formar nuestro propio destino.  Para los fundadores como Franklin y Jefferson, para líderes como Lincoln y FDR, el éxito de nuestro experimento en el gobierno autónomo se basaba en involucrar a todos nuestros ciudadanos en este trabajo.  Y eso es lo que celebramos aquí en Selma.  Esto es de lo que se trataba todo este movimiento; un paso en un largo trayecto hacia la libertad.  (Aplausos.)

El instinto de Estados Unidos que lideró a estos hombres y mujeres jóvenes para levantar antorchas y cruzar este puente, es el mismo instinto que conmovió a patriotas para seleccionar la revolución en vez de la tiranía.  Es el mismo instinto que atrajo a inmigrantes de todos los océanos y el Río Grande; el mismo instinto que lideró a las mujeres a lograr el voto, a los trabajadores a organizarse en contra de una situación actual injusta; el mismo instinto que nos lideró a plantar una bandera en Iwo Jima y en la superficie de la luna.  (Aplausos.)

Es la idea en poder de generaciones de ciudadanos que creyeron que Estados Unidos es un trabajo constante en progreso; que creyeron que querer a este país requiere más que cantar sus alabanzas o evitar verdades incómodas.  Requiere la interrupción ocasional, la voluntad de hablar por lo que está correcto, de agitar la situación actual.  Eso es Estados Unidos.  (Aplauso.)

Eso es lo que nos hace únicos.  Eso es lo que respalda nuestra reputación como modelo de oportunidades.  La gente joven detrás de la Cortina de Hierro veían el caso de Selma y eventualmente derribarían ese muro.  La gente joven en Soweto escuchaba a Bobby Kennedy hablar sobre oleadas de esperanza y eventualmente desaparecer el flagelo de la segregación racial.  La gente joven en Burma fue a la cárcel en lugar se someterse al régimen militar.  Vieron lo que John Lewis hizo.  Desde las calles de Túnez hasta Maidan en Ucrania, esta generación de jóvenes puede sacar fuerza de este lugar, donde la gente sin poder puede cambiar a la potencia más grande del mundo y demandar a sus líderes que expandan las fronteras de la libertad. 

Vieron que ese idea de hizo realidad aquí en Selma, Alabama.  Vieron que esa idea se manifestó aquí en Estados Unidos.

Debido a campañas como esta, se pasó la Ley de Derecho al Voto.  Se derribaron las barreras políticas, económicas y sociales.  Y el cambio que estos hombres y mujeres causaron es visible aquí hoy en día, gracias a la presencia de afroamericanos, que se encargan de salas de juntas, que se sientan en las bancas, que sirvieron en cargos de elección popular, desde ciudades pequeñas hasta grandes; desde la reunión de congreso afroamericana hasta la Oficina Oval.  (Aplausos.)

Debido a lo que hicieron, las puertas de las oportunidades se abrieron no solo para los afroamericanos, sino para todas las personas que viven en Estados Unidos.  Las mujeres marcharon por esas puertas.  Los latinos marcharon por esas puertas.  Las personas asiáticas, discapacitadas y gays que viven en Estados Unidos salieron por esas puertas.  (Aplausos.) Sus esfuerzos le brindaron al sur la oportunidad de resucitar, no al volver a afirmar el pasado, sino al trascender el pasado. 

Qué cosa tan gloriosa, podría decir el Dr. King.  Y qué deuda tan solemne debemos.  Lo que nos lleva a preguntar, ¿cómo es que podemos compensar la deuda?

Primero y ante todo, tenemos que reconocer que la conmemoración de un día, sin importar que tan especial sea, no es suficiente.  Si Selma nos enseñó algo, es que nuestro trabajo nunca termina.  (Aplausos.) El experimente de Estados Unidos de gobierno autónomo le brinda trabajo y propósito a cada generación.

Selma nos enseña, también, que las acciones requieren que nos despojemos de nuestro cinismo.  Cuando se trata de la búsqueda de la justicia, no podemos permitir ni la complacencia ni la desesperanza.

Tan solo esta semana, me preguntaron si pensaba que el reporte de Ferguson del Departamento de Justicia muestra que, con respecto a las razas, poco ha cambiado en este país.  Y entendí la pregunta; la narrativa del reporte era tristemente familiar.  Evocaba el tipo de abuso y descuido por los ciudadanos que generó el movimiento de los derechos civiles.  Pero rechacé la noción de que nada ha cambiado.  Es posible que lo que sucedió en Ferguson no sea único, pero ya no es endémico.  Ya no lo sanciona la ley o la tradición.  Y antes del movimiento de los derechos civiles, seguramente si se sancionaba.  (Aplausos.)

Hacemos un mal servicio a la causa de la justicia al sugerir que la tendencia y la discriminación son inmutables, que la división racial es inherente en Estados Unidos.  Si piensa que nada ha cambiado en los últimos 50 años, pregúntele a alguien que vivió en Selma, Chicago o Los Ángeles en la década de 1950.  Pregúntele a la directora ejecutiva que en algún momento pudo haber sido asignada como secretaria si es que nada hubiera cambiado.  Pregúntele a su amigo gay si es más fácil sentirse libre y orgulloso en Estados Unidos que hace treinta años.  Negar este progreso, este progreso duramente ganado, que es nuestro, sería robarnos de nuestra propia agencia, nuestra propia capacidad, nuestra responsabilidad de hacer lo que podemos para hacer que Estados Unidos sea mejor. 

Por supuesto, un error más común es sugerir que Ferguson es un incidente aislado; que desapareció el racismo; que el trabajo que atrajo a hombres y mujeres a Selma ya se completó y cualesquiera que sean las tensiones raciales que permanecen son una consecuencia de aquellos que buscan usar la excusa de racismo para sus propios propósitos.  No necesitamos el reporte de Ferguson para saber que eso no es verdad.  Solo necesitamos abrir los ojos y oídos, y nuestros corazones para saber que la historia racial de esta nación aún proyecta una sombra sobre nosotros. 

Sabemos que esa marcha aún no termina.  Sabemos que aún no se gana la carrera.  Sabemos que alcanzar ese destino bendito en donde se nos juzga, a todos nosotros, por el contenido de nuestro carácter requiere admitir al igual que afrontar la verdad.  “Somos capaces de soportar un gran carga”, escribió James Baldwin alguna vez, “una vez que descubramos que la carga es la realidad y lleguemos a donde esté la realidad.”

No hay nada que Estados Unidos no pueda tratar si en verdad vemos el problema de frente.   Y esto es un trabajo para todas las personas que viven en Estados Unidos, no solo algunos.  No solo las personas de raza blanca.  No solo las personas de raza negra.  Si queremos honrar la valentía de aquellos que marcharon ese día, entonces se hace un llamado a todos nosotros para poseer su imaginación moral.  Todos nosotros necesitaremos sentir lo que ellos sintieron con la feroz urgencia del ahora.  Todos nosotros debemos reconocer como ellos, que el cambio depende de nuestras acciones, nuestras actitudes, las cosas que le enseñamos a nuestros hijos.  Y si hacemos tal esfuerzo, sin importar de qué tan difícil parezca ser a veces, las leyes se pueden pasar, y las conciencias se pueden agitar, y se puede desarrollar un consenso.  (Aplausos.)

Con tal esfuerzo, podemos asegurarnos que nuestro sistema de justicia penal atienda a todos y no solo a algunos.  Juntos, podemos aumentar el nivel de confianza mutua con la que se desarrolla la actuación policial; la idea que los policías son miembros de la comunidad por la que arriesgan sus vidas por protegerla, y los ciudadanos en Ferguson, Nueva York y Cleveland, solo quieren las mismas cosas por las que los jóvenes marcharon aquí hace 50 años: la protección de la ley.  (Aplausos.) Juntos, podemos resolver las sentencias injustas y las prisiones sobrepobladas, y las circunstancias impedidas que le roban la oportunidad a muchos niños de convertirse en hombres, y le roban a la nación demasiados hombres que podrían ser buenos padres, trabajadores y vecinos.  (Aplausos.)

Con esfuerzo, podemos revertir la pobreza y las barreras para las oportunidades.  Las personas que viven en Estados Unidos no aceptan un viaje gratis para ninguna persona, ni creemos en la igualdad de resultados.  Pero si esperamos igualdad de oportunidades.  Y si en verdad lo decimos en serio, si no es que solo estamos hablando, pero en verdad lo decimos en serio y estamos dispuestos a sacrificarnos, entonces sí, podemos asegurarnos que cada niño reciba educación adecuada para este nuevo siglo, una que expanda las imaginaciones y levante las vista para brindarle a aquellos niños las habilidades que necesitan.  Podemos asegurarnos que cada persona dispuesta a trabajar tenga la dignidad de un trabajo, un salario justo, y una voz real, y peldaños más resistentes para la escalera hacia la clase media.

 

Y con esfuerzo, podemos proteger la primera piedra de nuestra democracia por la que muchos marcharon en este puente; y ese es el derecho a votar.  (Aplausos.) Justo ahora, en el 2015, 50 años después de Selma, hay leyes en todo el país diseñadas para hacer que sea más difícil que la gente vote.  A medida que hablamos, se proponen más de dichas leyes.  Mientras tanto, la Ley de Derechos al Voto —la culminación de tanta sangre, de tanto sudor y lágrimas, el producto de tanto sacrificio frente a la violencia gratuita— permanece debilitada, y su futuro sujeto a los rencores políticos.

¿Cómo es posible eso?  La Ley de Derecho al Voto fue uno de los mayores logros de nuestra democracia; el resultado de esfuerzos republicanos y demócratas.  (Aplausos.) El Presidente Reagan firmó la renovación cuando estuvo al cargo.  El Presidente George W. Bush firmó la renovación cuando estuvo al cargo.  (Aplausos.) Cien miembros del congreso vinieron hoy aquí para honrar a las personas que estuvieron dispuestas a morir por el derecho a protegerla.  Si queremos honrar este día, permitan que ese centenar regrese a Washington y que reúna a cuatro cientos más, y juntos, realizar la promesa de hacer que sea su misión recuperar esa ley este año.  Así es como honramos a aquellos en este puente.  (Aplausos.)

Por supuesto, nuestra democracia no es el trabajo solo del congreso, de las cortes o incluso solo  del presidente.  Si hoy se anulara cualquier nueva ley para suprimir el voto, aún tendríamos en Estados Unidos, uno de los índices de votación más bajos entre gente libre.  Hace cincuenta años, registrarse para votar en Selma y en la mayoría del sur significaba adivinar el número de caramelos en un tarro, el número de burbujas en una barra de jabón.  Significaba arriesgar la dignidad, y a veces, la vida. 

¿Cuál es nuestra excusa hoy para no votar?  ¿Cómo es que descartamos casualmente el derecho por el que tantos lucharon?  (Aplausos). ¿Cómo es que regalamos de forma tan completa nuestro poder, nuestra voz, al momento de formar el futuro de Estados Unidos?  ¿Por qué señalamos a alguien más cuando podemos tomar el tiempo de solo ir a los lugares de votación?  (Aplausos) Nosotros regalamos nuestro poder.   

Compañeros manifestantes, mucho ha cambiado en 50 años.  Hemos soportado la guerra y encontrado la paz.  Hemos visto maravillas tecnológicas que tocan cada aspecto de nuestras vidas.  Damos por hecho las conveniencias que nuestros padres apenás se hubieran imaginado.  Pero lo que no ha cambiado es la imperativa de la ciudadanía; la voluntad de un diácono de 26 años, o de un ministro unitario, o de una madre joven de cinco hijos para decidir que quieren tanto a este país que arriesgarían todo para realizar su promesa.

Eso es lo que significa querer a Estados Unidos.  Eso es lo que significa creer en Estados Unidos.  Eso es lo que significa cuando decimos que Estados Unidos es excepcional. 

Pues nacimos a partir del cambio.  Rompimos las aristocracias antiguas, al declararnos a nosotros mismos con derechos no por línea de sangre, sino que dotamos a nuestro creador con ciertos derechos inalienables.  Aseguramos nuestros derechos y responsabilidades por medio de un sistema de gobierno autónomo, llevado a cabo por y para la gente.  Es por eso que discutimos y luchamos con tanta pación y convicción; porque sabemos que nuestros esfuerzos importan.  Sabemos que Estados Unidos es lo que nosotros aprovechamos.

Vean nuestra historia.  Somos Lewis y Clark y Sacajawea, pioneros que hicieron frente a lo desconocido, seguidos por una gran número de granjeros y mineros, empresarios y vendedores ambulantes.  Ese es nuestro espíritu.  Eso somos nosotros.

Somos Sojourner Truth y Fannie Lou Hamer, mujeres que podían hacer lo mismo que cualquier hombre y algo más.   Y somos Susan B. Anthony, quien sacudió el sistema hasta que la ley reflejó la verdad.  Ese es nuestro carácter.

Somos inmigrantes que zarparon en barcos para alcanzar estas costas, las masas amontonadas anhelando ser libres; los sobrevivientes del holocausto, los desertores soviéticos, los Niños Perdidos de Sudán.  Somos los luchadores con esperanza que cruzan el Río Grande porque queremos que nuestros hijos tengan una mejor vida.  Así es como llegamos aquí.  (Aplauso.)

Somos los esclavos que construyeron la Casa Blanca y la economía del sur.  (Aplausos). Somos las manos de rancho y los vaqueros que abrieron el oeste, y los incontables trabajadores que construyeron los ferrocarriles, rascacielos y organizaron los derechos de los trabajadores.

Somos los GI con caras frescas que pelearon para liberar a un continente.  Y somos los aviadores de Tuskeegee y los que hablan los códigos navajos, y las personas japonesas que viven en Estados Unidos que pelearon por este país incluso cuando se negó su propia libertad. 

Somos los bomberos que se apresuraron en aquellos edificios el 11/9, los voluntarios que se enrolaron para pelear en Afganistán e Irak.  Somos las personas gays que viven en Estados Unidos, cuya sangre corrió por las calles de San Francisco y Nueva York, de la misma manera en que corrió sangre en este puente. (Aplausos.)

Somos narradores, escritores, poetas, artistas que aborrecen la injusticia, y desprecian la hipocresía, y le damos voz a los que no la tienen, y decimos las verdades que se tienen que decir.

Somos los creadores del  góspel, jazz, blues, bluegrass y country, hip-hop y rock and roll, y nuestro propio sonido con todo el dolor dulce y la alegría imprudente de la libertad.

Somos Jackie Robinson, soportando el desprecio y los tacos de pinchos y lanzamientos apuntados hacia su cabeza, y robándonos home en la Serie Mundial de cualquier manera.  (Aplauso.)

Somos las personas sobre las que Langston Hughes escribió quienes “construyen sus tempos para mañana, fuertes como sabemos hacerlos.” Somos las personas sobre las que Emerson escribió, “que por el bien de la verdad y del honor se paran rápido y sufren mucho;” quienes “nunca se cansan, siempre y cuando veamos lo suficientemente lejos.”

Eso es lo que es Estados Unidos.  Y no fotos de archivos o historia retocada, o intentos débiles por definir a algunos de nosotros como si perteneciéramos más a Estados Unidos que otros.  (Aplausos.) Respetamos el pasado, pero no languidecemos por el pasado.  No tememos el futuro; sino que lo buscamos.  Estados Unidos no es algo frágil.  En palabras de Whitman, somos multitudes grandes con contenido.  Somos bulliciosos, diversos y llenos de energía; perpetuamente jóvenes de espíritu.  Es por eso que alguien como John Lewis a la edad madura de 25 años pudo liderar una marcha poderosa. 

Y eso es lo que los jóvenes que están aquí hoy y que escuchan en todo el país deben aprender de este día.  Usted es Estados Unidos.  Libres de hábitos y costumbres.  No comprometido por lo que es, porque usted está listo para tomar lo que será. 

En cualquier lugar de este país, hay primeros pasos que se deben dar, hay nuevo territorio por cubrir, más puentes por cruzar.  Y son ustedes, los jóvenes e intrépidos de corazón, la generación más diversa y educada en nuestra historia que el país espera seguir.

Porque Selma nos muestra que Estados Unidos no es el proyecto de una sola persona.  Porque la única y más poderosa palabra en nuestra democracia es la palabra “Nosotros” “Nosotros la gente. “Nosotros venceremos.” “Nosotros podemos.” (Aplausos.) Esa palabra no es propiedad de nadie.  Pertenece a todos.  Pero qué gloriosa tarea se nos da, de intentar mejorar de forma continua esta excelente nación nuestra.

Después de cincuenta años del Domingo Sangriento, nuestra marcha aún no termina, pero nos estamos acercando.  Doscientos treinta y nueve años después de la fundación de esta nación, nuestra unión no es aún perfecta, pero nos estamos acercando.  Nuestro trabajo es más fácil porque alguien ya recorrió la primera milla por nosotros.  Alguien ya nos cruzó por ese puente.  Cuando se siente que el camino es demasiado difícil, cuando la antorcha que nos pasaron se siente muy pesada, nos acordaremos de estos primeros viajeros, y obtendremos fuerza de su ejemplo, y nos apegaremos firmemente a las palabras del profeta Isaías:  “Aquellos que tienen esperanza en el Señor renovarán su fortaleza.  Elevarán las alas como águilas.  Correrán y no se cansarán.  Caminarán y no se fatigarán.”  (Aplausos.) 

Honramos a aquellos que caminaron para que nosotros pudiéramos correr.  Debemos correr para que nuestros hijos se eleven muy alto.  Y no nos cansaremos.  Ya que creemos en el poder de un Dios asombroso, y creemos en la promesa sagrada de este país.

Que Él bendiga a aquellos guerreros de la justicia que ya no están con nosotros, y que bendiga a Estados Unidos.  Gracias a todos.  (Aplausos.)

 

FIN                         2:50 P.M. hora estándar central

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